Chinchero, 2015: caminar despacio para aprender a mirar

Volver a estas fotos es volver a un ritmo distinto. En 2015, durante un viaje fotográfico por el Cusco, Perú. Llegué a Chinchero sin apuro, con la cámara colgada y la sensación de que ahí no había que correr. Chinchero no se fotografía a la defensiva ni buscando “la postal”. Se fotografía caminando lento, escuchando, esperando.

Chinchero: donde el tiempo todavía se teje a mano

Chinchero es uno de esos lugares que explican el Cusco sin necesidad de discursos. Su relevancia no está solo en su ubicación estratégica dentro del Valle Sagrado, ni en su iglesia colonial levantada sobre antiguos muros incas, sino en algo más profundo: aquí la cultura no se exhibe, se vive. Los textiles que cuelgan en sus calles no son souvenirs fabricados en serie, sino parte de una tradición que se transmite de generación en generación. Visitar Chinchero es entender que el viaje no siempre va de tachar destinos, sino de detenerse, observar y conectar con un ritmo distinto, donde la historia, el paisaje y la vida cotidiana todavía conviven sin forzarse. Es un lugar para caminar despacio, mirar con atención y recordar por qué viajar sigue valiendo la pena.

El viaje fotográfico

Llevaba conmigo mi Nikon D300s, una cámara que siempre sentí compañera honesta. No exagera colores, no maquilla la luz. Lo que ve, lo entrega. Y en un lugar como Chinchero, eso importa. Porque aquí la fuerza no está en el impacto inmediato, sino en los detalles: las paredes gastadas por el tiempo, las piedras pulidas por siglos de paso, los telares extendidos como si fueran parte natural del paisaje.

Recuerdo haber entrado a una de esas calles empedradas donde los puestos de textiles se alinean sin orden aparente. No era un mercado agresivo. Nadie gritaba. Nadie apuraba. Los tejidos estaban ahí, colgados, apoyados sobre mesas simples, dejando que el color hablara solo. Rojos profundos, azules densos, tonos tierra que dialogaban perfecto con el adobe y la piedra. No necesitaban explicación.

Me sente en aquel piso empedrado, fotografié sin prisa. Esperando que alguien cruzara el encuadre. Que una sombra se estirara lo suficiente. Que el cielo, limpio y alto, terminara de cerrar la escena. La D300s respondió como siempre: archivos sólidos, contrastes controlados, una sensación muy “real”. Nada espectacular. Todo verdadero.

La plaza fue otro momento clave. La iglesia colonial —levantada sobre cimientos incas— domina el espacio sin imponerse. Me quedé un buen rato observando cómo la vida seguía alrededor: gente sentada, vendedores acomodando sus productos, turistas caminando sin entender del todo dónde estaban. Disparé unas pocas veces. No hacía falta más.

Hay una foto que me encanta, tomada desde un arco, que todavía me acompaña. El encuadre es simple: la calle bajando, las casas a los lados, el valle abriéndose al fondo. Es una imagen silenciosa. No busca impresionar. Solo contar que estuve ahí, parado, mirando.

Hoy, tantos años después, estas fotos me recuerdan algo que a veces se pierde: viajar no siempre es descubrir lugares nuevos, sino aprender a mirar mejor. Chinchero me enseñó eso. Y la Nikon D300s fue la herramienta justa para registrarlo sin adornos.

No fue un viaje espectacular. Fue un viaje honesto. Y por eso sigue vivo en estas imágenes.