Categoría: Mexico

  • Caleta y Caletilla: el Acapulco que se vive todo el día (viaje 2009)

    Caleta y Caletilla: el Acapulco que se vive todo el día (viaje 2009)

    Si Sinfonía del Mar y La Quebrada muestran el Acapulco que se contempla, Playa Caleta y Playa Caletilla revelan el Acapulco que se vive. El que empieza temprano, se llena al mediodía y se queda hasta que el sol baja sin pedir permiso.

    Fue 2009. Bajé con la Nikon D80 y el lente 18–55 colgado al cuello, sin buscar postales. Quería caminar, mirar, mezclarme. Y Caleta–Caletilla es exactamente eso: una playa donde la vida sucede a pocos metros del agua.

    Sombrillas azules y mar en calma

    Lo primero que te envuelve es el orden dentro del caos: filas interminables de sombrillas azules, mesas, sillas, platos que llegan y se van. El mar es manso, casi doméstico; una ensenada protegida donde el oleaje no intimida y los niños entran y salen del agua como si fuera un patio grande.

    Disparé varias veces sin levantar demasiado la cámara. Aquí no hace falta. Todo está pasando a la vista: gente conversando, vendedores, familias completas pasando el día. No hay prisa.

    Lanchas, juguetes y pequeñas historias

    Entre Caleta y Caletilla aparecen las lanchas ancladas cerca de la orilla, esperando llevar a alguien a una vuelta corta o a una caleta cercana. En una baranda, una fila de juguetes de plástico —cangrejos, tortugas— parece improvisada, como si alguien hubiera decidido ordenar el color por un rato antes de volver al agua.

    Ese tipo de detalles son los que hacen que estas playas funcionen tan bien en fotografía: no son paisajes vacíos, son escenas.

    Un Acapulco cotidiano

    Caleta y Caletilla no presumen. No son playas de resort ni de lujo silencioso. Son el Acapulco cotidiano, el que pertenece tanto al viajero como al local. Aquí se come con los pies en la arena, se conversa largo y se pasa el día entero sin agenda.

    Desde algunos puntos altos, el contraste es claro: el agua verde tranquila, las lanchas blancas, los hoteles clásicos y los cerros al fondo. Todo convive sin querer impresionar.

    Fotografiar sin apuro

    La Nikon D80, con su sensor ya veterano incluso en 2009, respondió bien a la luz dura del mediodía. Colores directos, sombras marcadas, nada artificial. No había intención de “la foto perfecta”, sino de guardar la sensación: calor, ruido, risas, agua tibia.

    A veces, esas son las imágenes que más duran.

    Por qué Caleta y Caletilla importan

    Estas playas fueron durante décadas el corazón del Acapulco clásico. Antes de la Zona Dorada, antes de los grandes complejos, aquí estaba el punto de encuentro. Y todavía lo está. No han cambiado tanto porque no lo necesitan.

    Caleta y Caletilla siguen siendo ese lugar donde Acapulco se muestra tal como es: cercano, ruidoso, humano. Un espacio donde uno no solo mira el mar, sino que forma parte del paisaje.

  • Sinfonía del Mar: Acapulco visto desde el borde del Pacífico (viaje 2009)

    Sinfonía del Mar: Acapulco visto desde el borde del Pacífico (viaje 2009)

    Acapulco fue uno de esos viajes que se me quedaron grabados sin proponérmelo. No por el hotel ni por la playa en sí, sino por caminarlo, por subir, detenerme, mirar hacia abajo y sentir que el océano estaba ahí, imponente, marcando el ritmo de todo. Era 2009 y llevaba conmigo una Nikon D80, un lente 18-55 y mucho entusiasmo. Nada más.

    Llegar a Acapulco es entender que esta ciudad no se descubre solo a nivel del mar. Hay que subir, bordear los cerros, caminar por los miradores. Y uno de los puntos donde todo eso se resume es Sinfonía del Mar.

    El mirador donde el mar habla

    Sinfonía del Mar no es un atractivo ruidoso ni un punto turístico invasivo. Es un anfiteatro al aire libre, incrustado en el acantilado, con graderías de concreto que miran directamente al Pacífico. Ahí no hay escenario: el escenario es el mar.

    Me senté un rato antes de disparar la cámara. El viento subía desde abajo, el sonido del oleaje rebotaba entre las rocas y el cielo empezaba a cambiar de azul. Entendí por qué el nombre: el mar no se oye, se escucha. Cada ola golpea distinto, cada ráfaga tiene su propio ritmo.

    Desde ese mirador se domina gran parte de la Bahía de Santa Lucía, con la ciudad trepando por los cerros, casas y edificios colgados como si desafiaran la gravedad. Es una postal viva, no posada.

    La Quebrada: vértigo y tradición

    A pocos pasos de Sinfonía del Mar aparece el entorno de La Quebrada. Aunque no siempre se vea el clavado en ese instante, el lugar se siente distinto. Las rocas son más abruptas, el mar golpea con más fuerza y uno entiende que aquí Acapulco construyó parte de su identidad.

    La Quebrada no es solo un espectáculo: es historia viva. Desde hace décadas, los clavadistas se lanzan desde alturas extremas, leyendo el mar, esperando el momento exacto en que la ola abre paso. Ver ese entorno desde arriba, cámara en mano, genera respeto. No es un show armado; es una conversación directa con el océano.

    Playas, ciudad y contraste

    Más abajo, Acapulco se despliega con sus playas, sus caletas y su energía constante. No todas las playas son iguales: algunas tranquilas, otras intensas, pero todas abrazadas por el mismo mar profundo. Desde el mirador, el contraste es claro: arriba, silencio y contemplación; abajo, vida, movimiento y ruido.

    Ese contraste es parte de la belleza del lugar. Acapulco no se entiende sin sus cerros, ni sin sus miradores. Es una ciudad vertical, donde cada altura ofrece una lectura distinta del mismo paisaje.

    Fotografiar Acapulco en 2009

    La Nikon D80 acompañó bien ese recorrido. Luz dura de la tarde, cielos abiertos, contrastes fuertes entre roca, mar y ciudad. No buscaba la foto perfecta, sino recordar cómo se sentía estar ahí. Las barandas del mirador, las graderías del anfiteatro, el horizonte infinito… todo quedó registrado con una naturalidad que hoy se agradece.

    Un Acapulco que se contempla

    Sinfonía del Mar, el mirador y La Quebrada no son solo puntos turísticos; son espacios para detenerse. Para mirar sin prisa. Para entender por qué Acapulco fue, y sigue siendo, uno de los paisajes costeros más potentes del Pacífico mexicano.

    A veces, los mejores recuerdos de viaje no están en la playa ni en el hotel, sino en ese momento en que te sientas frente al mar, cámara apagada, y simplemente escuchas cómo el océano hace su propia música.

  • La Costera de Acapulco, 2009: mi primer viaje, una Nikon D80 y la emoción de estar ahí

    La Costera de Acapulco, 2009: mi primer viaje, una Nikon D80 y la emoción de estar ahí

    Hay lugares que no se recorren: te atraviesan. Así fue mi primer encuentro con Costera Miguel Alemán. Era 2009, mi primer viaje a Acapulco, y yo caminaba con una Nikon D80 colgada al cuello y el clásico 18–55 como única herramienta. No había método, no había plan. Había entusiasmo. Mucho.

    La Costera no te da tiempo para acomodarte. Todo sucede a la vez: el mar abierto golpeando suave, las sombrillas azules alineadas como si alguien hubiera decidido el color del día, la gente entrando y saliendo del agua, vendedores que cruzan el cuadro sin pedir permiso, lanchas que cortan la bahía mientras la ciudad se apoya en los cerros del fondo. Yo disparaba casi por reflejo, tratando de entender ese ritmo que no se parece a nada.

    Recuerdo la sensación de caminar sin apuro y, al mismo tiempo, sentir que me estaba perdiendo algo si no miraba a todos lados. La D80 se sentía grande, seria, “de fotógrafo”, y el 18–55 me obligaba a acercarme, a moverme, a aceptar que no todo iba a salir perfecto. Y estaba bien así. No buscaba la foto correcta; buscaba guardar lo que estaba viendo.

    Al revisar hoy esas imágenes, noto los errores que uno nota con los años. Algún horizonte que pudo estar mejor, una exposición que hoy resolvería distinto. Pero también veo algo que ya no se repite con facilidad: la mirada limpia de quien llega por primera vez. El azul intenso del Pacífico, la piel marcada por el sol, las banderas ondeando al final de la tarde, las conversaciones que se cuelan en silencio dentro del encuadre. La Costera no posa. La Costera vive.

    Acapulco fue, sin saberlo, una escuela acelerada. Me enseñó a fotografiar con luz dura, a aceptar el caos, a entender que una escena no se ordena: se observa. Y quizás por eso estas fotos siguen diciendo algo. No son postales, no son “highlights” turísticos. Son fragmentos de un primer viaje, de una ciudad que se deja ver sin maquillaje y de una etapa donde todo era descubrimiento.

    Años después, con más experiencia y otras cámaras, vuelvo a estas imágenes y recuerdo por qué empecé a hacer fotos. No por la técnica, ni por el equipo, sino por esa necesidad simple de estar ahí y mirar. La Costera Miguel Alemán fue ese primer gran escenario. Y la Nikon D80, con su humilde 18–55, fue el testigo silencioso de un entusiasmo que todavía intento no perder.

  • Atardecer en la Villa de Guadalupe: Una Tarde de Noviembre con mi Nikon D80

    Atardecer en la Villa de Guadalupe: Una Tarde de Noviembre con mi Nikon D80

    Noviembre de 2010. Aún lo recuerdo con claridad. El aire fresco comenzaba a sentirse más pesado, típico del otoño en la Ciudad de México, y yo tenía entre manos a mi fiel compañera: una Nikon D80, con su clásico sensor CCD, lista para capturar algo más que imágenes: memorias.

    Recien llegado de mi ciudad Lima; ese día decidí visitar la Villa de Guadalupe, no como peregrino, sino como observador. Iba en busca de luz —literal y figuradamente— y vaya que la encontré. La hora dorada me regaló un espectáculo digno de su nombre. El sol, ya inclinado, teñía las fachadas y los adoquines con tonos cálidos, anaranjados, casi místicos. Esa luz tenue pero vibrante que los sensores modernos intentan replicar, pero que solo un CCD de esa época sabe traducir con alma.

    El encanto del lugar y del momento

    La Basílica, imponente como siempre, se alzaba entre la multitud y el murmullo constante de rezos y pasos. Pero mi mirada se desviaba a los pequeños detalles: los vendedores de veladoras, los fieles arrodillados en silencio, los niños correteando por los pasillos laterales. Todo era movimiento y quietud al mismo tiempo.

    La Nikon D80 respondió como esperaba: colores profundos, sombras suaves, una textura en el aire que parecía pintada con pincel de óleo. Me detuve en las escalinatas frente al atrio y disparé. Luego en el corredor lateral, donde la luz rozaba apenas las columnas. Una y otra vez, hasta que el sol dijo basta.

    Un sensor con alma

    Podría hablar de ISO, del rango dinámico limitado comparado con los sensores modernos, de cómo tuve que cuidar cada exposición porque el margen de error era mínimo. Pero no quiero hablar de limitaciones técnicas. Quiero hablar de carácter. La D80 no perdonaba, pero cuando acertabas, te lo premiaba con fotos que parecían respirar.

    Revisando las imágenes años después, noto algo curioso: no son solo recuerdos. Son como cápsulas emocionales. Y creo que eso tiene mucho que ver con el momento… y con la cámara.

    Cierro con una galería

    A continuación dejo una selección de esas fotos tomadas al atardecer en la Villa. Algunas muestran la majestuosidad arquitectónica, otras capturan instantes más íntimos, casi invisibles si no estás atento. Todas llevan el sello de esa tarde mágica de noviembre y de una Nikon D80 que, hasta hoy, se niega a ser olvidada.


    ¿Tienes una Nikon D80 o una cámara con sensor CCD? ¿Te ha pasado que una foto tuya te lleva de regreso al instante exacto en que la tomaste? Cuéntamelo en los comentarios.

  • La Catedral de Puebla, despues del Grito

    Habiéndose dado el Grito de la Independencia, grito que se da como ceremonia por fiestas patrias de México. Pude hacer tomas de la hermosa catedral de Puebla. Por una feliz casualidad me quede hospedado en un hotel, frente a la misma Catedral, asi que no pude dejar de aprovechar la oportunidad de poner mi tripode, montar mi cámara Canon G12 y hacer las tomas. La noche estaba un poco lluviosa, pero no lo considere obstáculo. Simplemente protegí la cámara con una bolsa plástica, mientras de tiempo en tiempo limpiaba el filtro UV que uso como protector del lente.

    Catedral de Puebla, después del GritoTorre de la Catedral de Puebla3 tomas de la catedral