El cementerio de trenes de Uyuni: El día que el cansancio nos llevó al fin del mundo

Abril 2012. Llegamos a Uyuni casi sin dormir. Un día antes estábamos en La Paz, de un viaje que nos tomo casi todo el día, saliendo desde Puno. Todavía tratando de adaptarnos a la altura, y ya al amanecer el viaje nos había pasado factura. El cuerpo pesado, la cabeza algo nublada y con pulsaciones producto de la altura, y ese silencio raro del altiplano que no se parece a nada. Aun así, el reloj no espera: el mediodía caía fuerte y el sol empezaba a castigar.

Fue ahí cuando llegamos al Cementerio de Trenes. Bajé la mochila, saqué la Nikon D2x con el lente 18–55 mm, respiré hondo… y entendí que el cansancio también puede ser parte de la foto.

Un lugar donde el tiempo se oxidó

El Cementerio de Trenes está a pocos minutos del pueblo, pero parece estar en otro planeta. Decenas de locomotoras y vagones oxidados descansan sobre la arena, como esqueletos gigantes de hierro. No están alineados ni cuidados: están abandonados, vencidos por el viento, el sol y la historia.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Uyuni fue un nodo clave del ferrocarril boliviano. Por aquí salía la plata y los minerales rumbo a los puertos del Pacífico. Cuando la minería colapsó y las rutas dejaron de ser rentables, los trenes quedaron ahí, sin más. Nadie los retiró. Nadie los restauró. El desierto hizo el resto.

Hoy, ese abandono es precisamente su fuerza.

Mediodía, altura y extremos

Fotografiar a esa hora no es fácil. El sol del altiplano es inclemente: sombras duras, reflejos fuertes, calor seco que quema la piel. Y pensar que unas horas después, la temperatura caería en picada. Uyuni es así: mucho calor de día, mucho frío de noche, y una altura que no perdona si llegas cansado.

Caminaba despacio entre las locomotoras, no solo por el peso del viaje, sino porque cada estructura pedía tiempo. Detalles de metal corroído, tornillos gigantes, ruedas inmóviles que alguna vez cruzaron países enteros. La D2x, con su carácter crudo y directo, parecía encajar perfecto con ese escenario: nada suave, nada complaciente.

¿Por qué el Cementerio de Trenes es un sitio turístico?

Porque no es un museo. No hay vitrinas ni carteles elegantes. Es un espacio abierto donde la historia se descompone a la vista de todos. Para muchos es la primera parada antes del Salar; para otros, como fue para mí, es una lección silenciosa sobre progreso, abandono y memoria.

Aquí vienen viajeros, fotógrafos, curiosos y aventureros. Algunos buscan la foto icónica. Otros solo caminan entre fierros oxidados sin decir nada. El lugar permite ambas cosas. No exige, no explica demasiado. Solo está ahí.

Un recuerdo que se siente en el cuerpo

Ese día estaba agotado. La altura, el viaje, el sol… todo pesaba. Pero al revisar las fotos después entendí algo: el cansancio también quedó registrado. Las imágenes no son “bonitas” en el sentido clásico; son duras, contrastadas, ásperas. Como Uyuni al mediodía. Como ese momento exacto del viaje.

El Cementerio de Trenes no es solo un atractivo turístico. Es una pausa obligatoria para entender dónde estás parado. En el altiplano, lejos de todo, frente a máquinas que alguna vez prometieron progreso y hoy solo ofrecen silencio.

Y a veces, eso es más que suficiente.