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  • Norte chico en gran angular: probando la Nikon D300 entre Chancay y Huarmey

    Norte chico en gran angular: probando la Nikon D300 entre Chancay y Huarmey

    Hay viajes que no se planean para “ir”, sino para probar. Este fue uno de esos. Octubre de 2025, costa gris despejándose poco a poco, y una cámara que volvía a mis manos como si nunca se hubiera ido: la Nikon D300. No la D300s, la original. La que todavía suena mecánica, firme, honesta. La que no pide disculpas por su edad.

    El destino fue el norte chico de Lima, con paradas largas en Chancay y Huarmey. No buscaba postales perfectas ni cielos imposibles; buscaba ver cómo se comportaba el sensor, cómo respiraba el color, cómo resolvía los bordes un lente extremo montado en un cuerpo que ya es clásico.

    La D300 vuelve al ruedo

    Monté un Tamron 11 mm, un lente que no perdona errores y que obliga a componer con intención. En la D300 se siente aún más radical: líneas que se estiran, horizontes que exigen cuidado, escenas que se vuelven casi cinematográficas.

    Chancay apareció primero, con ese contraste tan suyo: arquitectura ambiciosa frente al mar, cerros áridos, embarcaciones pequeñas flotando cerca de un puerto que hoy mira al futuro. El gran angular lo exagera todo, y ahí está la gracia: no documentar, sino interpretar.

    La D300 respondió como la recordaba. Colores sobrios, azules contenidos, una textura en el archivo que hoy muchos llaman “orgánica”, pero que antes simplemente llamábamos imagen. No hay exceso de nitidez artificial. Hay carácter.


    Un castillo frente al Pacífico: detalles que desafían el gran angular


    El castillo de Chancay se impone frente al mar como una construcción que parece sacada de otro tiempo, y justamente ahí está su encanto fotográfico. Sus torres, balcones y muros de inspiración medieval contrastan con la costa árida y el Pacífico abierto, creando un juego de texturas difícil de ignorar en gran angular. De cerca, los detalles revelan una arquitectura ecléctica: relojes incrustados en las fachadas, arcos superpuestos, escaleras que no buscan simetría sino recorrido, y superficies donde la piedra, el concreto y el color envejecido conviven sin intención de perfección. Con un lente ultra gran angular, el castillo no se deja “ordenar”: se expande hacia los bordes del encuadre, exagera volúmenes y obliga a mirar más de una vez, como si cada disparo descubriera un detalle nuevo que antes había pasado desapercibido.


    El nuevo puerto de Chancay: modernidad mirando al horizonte


    El Puerto de Chancay aparece en el paisaje como una señal clara de cambio. Donde antes el ritmo era marcado por embarcaciones pequeñas y actividad local, hoy se levantan grúas gigantes y estructuras industriales que redefinen la escala del lugar. Fotográficamente, el contraste es potente: cerros secos, barrios que trepan la ladera y, al fondo, la silueta azul del puerto proyectándose hacia el Pacífico. Con el gran angular, el puerto no solo se documenta, se siente: líneas verticales que rompen el horizonte, volúmenes que hablan de comercio global y un mar que sigue ahí, testigo silencioso de cómo Chancay deja de ser solo un punto costero para convertirse en una puerta estratégica entre el Perú y el mundo.

    Huarmey: tiempo lento, mar abierto

    Más al norte, Huarmey cambia el ritmo. El paisaje se abre, los barcos pesqueros parecen suspendidos en el tiempo y la costa se vuelve más humana. Familias en la playa, perros corriendo libres, construcciones simples mirando al mar sin pretensiones.

    Aquí el 11 mm cobra sentido. No para hacer épica, sino para contar espacio. El cielo, el mar, la arena y las personas coexistiendo en un mismo plano. La D300, incluso en 2025, sigue siendo una cámara que invita a disparar con calma, a pensar antes de presionar el obturador.

    Revelado con NX Studio: volver al origen

    Todo el revelado lo hice en NX Studio, sin prisas, sin recetas modernas. Ajustes mínimos, respetando el archivo original. Recuperar sombras sin destruir el contraste, dejar que el cielo se mantenga real, aceptar el grano cuando aparece.

    Este flujo no busca competir con lo último, sino entender lo que la cámara quiso decir. Y la D300 todavía dice mucho.

    Fotografiar el norte chico hoy

    Este viaje no fue una nostalgia forzada. Fue una confirmación. El norte chico de Lima sigue siendo un laboratorio perfecto para probar cámaras, lentes y, sobre todo, miradas. Chancay y Huarmey no necesitan filtros ni exageraciones: necesitan tiempo, observación y respeto por la escena.

    La Nikon D300, con un gran angular exigente y un revelado consciente, sigue siendo una herramienta válida para quien disfruta del proceso tanto como del resultado. No es rápida. No es moderna. Pero es una camara tal cual.

    Y a veces, eso es exactamente lo que uno necesita cuando sale a fotografiar.

  • Salinas de Maras: el día que la luz y la sal me obligaron a ir más lento (Cusco, 2015)

    Salinas de Maras: el día que la luz y la sal me obligaron a ir más lento (Cusco, 2015)

    No recuerdo el sonido exacto del lugar, pero sí recuerdo el silencio. Un silencio blanco, brillante, casi incómodo. Así fue mi primer encuentro con las Salinas de Maras en Cusco, Perú, en el 2015, durante un viaje que no tenía un guion claro, solo una intención: mirar con calma.

    Había llevado mi Nikon D300s, una cámara que ya entonces no era novedad, pero que sentía perfecta para este tipo de lugares. Robusta, honesta, sin apuros. Como Maras.

    Un paisaje que no necesita explicaciones

    Desde arriba, las salinas parecen irreales. Miles de pozas blancas y ocres dibujadas sobre la ladera, como si alguien hubiera dejado caer un mosaico gigante en medio de los Andes. Pero basta bajar unos metros para que todo cambie.

    El suelo cruje bajo las botas. La sal se pega a la ropa. El reflejo del sol obliga a bajar la mirada. Y ahí entiendes algo importante: este lugar no se recorre rápido.

    Maras no se consume como destino. Se atraviesa despacio.

    Fotografiar cuando el lugar marca el ritmo

    Ese día no disparé demasiado. Me senté varias veces a observar cómo la luz transformaba el color del agua salada. Algunas pozas parecían blancas, otras doradas, otras casi transparentes. Ninguna era igual.

    La Nikon D300s me obligaba a medir con cuidado. Las altas luces no perdonan. Y eso, lejos de ser un problema, fue una ventaja. Me hizo bajar el ritmo, pensar cada encuadre, aceptar que no todo debía ser fotografiado.

    Las mejores imágenes nacieron cuando dejé de buscar “la foto” y empecé a escuchar el lugar.

    Detalles que cuentan más que el paisaje

    Más allá de las vistas amplias, lo que más me atrapó fueron los detalles:

    los bordes irregulares de las pozas, las grietas por donde corre el agua salada, las texturas que solo se revelan cuando te acercas. En esos pequeños encuadres sentí que Maras hablaba más claro. No como postal, sino como proceso. Como algo vivo, trabajado día a día desde hace siglos.

    Lo que se queda después del viaje

    Han pasado años desde ese viaje, y al revisar estas fotos hoy, no pienso en técnica ni en equipo. Pienso en la sensación de estar ahí. En cómo un lugar puede obligarte a bajar la cámara, respirar y recién después disparar.

    Las Salinas de Maras no me enseñaron a hacer mejores fotos.

    Me enseñaron a mirar mejor.

    Una nota personal

    Si alguna vez vuelvo, no iré buscando nuevas imágenes. Iré buscando la misma calma. La cámara será solo una excusa más para detenerme.