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  • La Costera de Acapulco, 2009: mi primer viaje, una Nikon D80 y la emoción de estar ahí

    La Costera de Acapulco, 2009: mi primer viaje, una Nikon D80 y la emoción de estar ahí

    Hay lugares que no se recorren: te atraviesan. Así fue mi primer encuentro con Costera Miguel Alemán. Era 2009, mi primer viaje a Acapulco, y yo caminaba con una Nikon D80 colgada al cuello y el clásico 18–55 como única herramienta. No había método, no había plan. Había entusiasmo. Mucho.

    La Costera no te da tiempo para acomodarte. Todo sucede a la vez: el mar abierto golpeando suave, las sombrillas azules alineadas como si alguien hubiera decidido el color del día, la gente entrando y saliendo del agua, vendedores que cruzan el cuadro sin pedir permiso, lanchas que cortan la bahía mientras la ciudad se apoya en los cerros del fondo. Yo disparaba casi por reflejo, tratando de entender ese ritmo que no se parece a nada.

    Recuerdo la sensación de caminar sin apuro y, al mismo tiempo, sentir que me estaba perdiendo algo si no miraba a todos lados. La D80 se sentía grande, seria, “de fotógrafo”, y el 18–55 me obligaba a acercarme, a moverme, a aceptar que no todo iba a salir perfecto. Y estaba bien así. No buscaba la foto correcta; buscaba guardar lo que estaba viendo.

    Al revisar hoy esas imágenes, noto los errores que uno nota con los años. Algún horizonte que pudo estar mejor, una exposición que hoy resolvería distinto. Pero también veo algo que ya no se repite con facilidad: la mirada limpia de quien llega por primera vez. El azul intenso del Pacífico, la piel marcada por el sol, las banderas ondeando al final de la tarde, las conversaciones que se cuelan en silencio dentro del encuadre. La Costera no posa. La Costera vive.

    Acapulco fue, sin saberlo, una escuela acelerada. Me enseñó a fotografiar con luz dura, a aceptar el caos, a entender que una escena no se ordena: se observa. Y quizás por eso estas fotos siguen diciendo algo. No son postales, no son “highlights” turísticos. Son fragmentos de un primer viaje, de una ciudad que se deja ver sin maquillaje y de una etapa donde todo era descubrimiento.

    Años después, con más experiencia y otras cámaras, vuelvo a estas imágenes y recuerdo por qué empecé a hacer fotos. No por la técnica, ni por el equipo, sino por esa necesidad simple de estar ahí y mirar. La Costera Miguel Alemán fue ese primer gran escenario. Y la Nikon D80, con su humilde 18–55, fue el testigo silencioso de un entusiasmo que todavía intento no perder.